Una Experiencia para Compartir. Crónica de un nacimiento.

Querida Tribu, conmovidas y llenas de gozo les compartimos una bella experiencia, el relato de un parto, agradecemos a Mónica Huerta por abrir su corazón y relatarnos su historia de parto llena de exquisito y vulnerable sentimiento. Gracias también a Jacobo y Siddharta por querer compartirnos esta hermosa experiencia, les reconocemos guerreros de Luz.

Mencionamos que las parteras de quien habla en su relato son: Laura Cao Romero, Yolanda Illescas y Leticia Rodríguez. Esperamos este relato sea de inspiración y gozo para ustedes que la leen.

Comenzamos...

"...Cuánto tiempo esperé a que llegara el momento

Y cuando realmente se acercaba, comencé a experimentar una sensación como de que no quería que terminara. Ya cuando me estaba acostumbrando a andar con mi pancita a todos lados, ya era tiempo de despedirme de ella. Todavía no podía creer que ese bulto en mi vientre iba a ser un bebé. Hasta ahora, habíamos vivido la más profunda unión, él en mi yo de él, juntos e integrados para todos lados. Tenía la fecha aproximada para el parto pero pensaba que seguramente se iba a retrasar, tal vez desde mis ganas de prolongar nuestra fusión. Sin embargo, días antes de la fecha esperada mi cuerpo anunció que estaba listo para comenzar a soltar. Lo primero que expulsó fue el tapón mucoso que sella el cuello del útero, un coagulo que descubrí al fondo de la taza del w.c. una mañana de lunes.

Mi curiosidad despertó, activando la fascinación que todo este proceso me ha provocado. Tuve que ir por una cuchara para sacarlo y mirarlo de cerca, sentir su consistencia como el de una yema de huevo, sabiendo con asombro que su salida indicaba que ahora el canal de parto estaba abierto y se alistaba para darle paso a la vida. No había forma de saber si le tomaría horas o días, mi única certeza y en la que más confiaba, era en la sabiduría de mi cuerpo que está diseñado para llevar a cabo el milagroso plan de la naturaleza, y que lo mejor que podía yo hacer era esperar, sin presionarme ni impacientarme, para que éste pudiera irse desplegando. Me sentía a la expectativa, de cara hacia algo desconocido que intuía como un pasaje trascendente, una iniciación vital. Creo que la adrenalina me hacía experimentar una mezcla de nervios y emoción, pero no quería predisponerme a nada, así que asumí una actitud contemplativa para solo observar y recibir lo que fuera sucediendo.

Las primeras sensaciones se manifestaron en el vientre bajo como pequeñas descargas eléctricas muy parecidas a los cólicos menstruales. Sentía una presión en el pubis que se iba irradiando hacia los huesos de la pelvis. Imaginaba a los ligamentos que la unen como si estuvieran dormidos y empezaran a recibir toquecitos avisándoles que era hora de despertar y comenzar a estirarse. Siendo breves y espaciados episodios al principio, estos cólicos se fueron haciendo cada vez más frecuentes y más intensos, ganándose entonces el título de contracciones. En definitiva el cuerpo hace una gran labor de preparación, comienza dando probaditas de sensación, pequeñas dosis de lo que más tarde serán oleadas de intensidad. Con asombro, iba atestiguando cómo se iba desencadenando este proceso. Noté también que a lo largo de todo el día mi intestino se fue vaciando, y me reía al pensar que el objetivo era que no hubiera nada que pudiera interferir o confundirse a la hora de la expulsión final. Cuando llegó la noche del martes, las contracciones empezaron a ser muy constantes, al principio se presentaban cada 30 minutos, luego cada 20, cada 10 minutos.

No se me antojaba estar en la cama, por alguna razón preferí la dureza del piso y me instale donde tenemos un tapete con muchos cojines. Estaba cerca de mi altar, con velas prendidas y mis objetos de poder, todos aquellos recuerdos de lugares, momentos y personas importantes que me inspiraban con su energía. Jacobo estaba a mi lado, dándome fuerza con su presencia y ayudándome a no olvidar mi respiración, a mantenerla profunda, consciente y constante para no tensarme y atravesar lo más relajada posible cada contracción. Había un ritmo en ese ir y venir, como un oleaje, y me sintonice con el vaivén para estar alerta a su llegada y para descansar cuando se alejaba. Mi cuerpo aprovechaba los minutos disponibles entre cada una para sumergirse en un profundo sueño e ir haciendo acopio de energía, pero el descanso se interrumpía cada vez que desde las profundidades sentía un temblor que se iba acrecentando hasta estallar en mi cadera como la ola que rompe en la playa y estremece la tierra.

Rápidamente me ponía de rodillas y me hundía en los cojines para recibir el impacto. Las manos de Jacobo presionaban ambos lados de mi cadera aliviando la sensación de que mis huesos empujaban más allá de sus límites habituales. También escuchaba mi voz que fue una herramienta fundamental para transitar la intensidad creciente que se apoderaba de mi pelvis. Comencé con vocalizaciones leves, sintiendo cómo la vibración del sonido me ayudaba a relajar la tensión, pero a medida que las contracciones se hacían más fuertes mi entonación se iba haciendo más profunda, e iba visualizando como mi voz llegaba hasta el canal de parto, abriéndose paso entre el dolor que me apretaba. Inmersa como estaba en la experiencia, pensaba en otras mujeres que como yo habían transitado ya por este camino.

Me sentía acompañada por todo este linaje de guerreras, del cual comenzaba ya a formar parte al estar atravesando por ésta prueba de vida. Si ellas habían podido, yo también podría. Sabía que no debía hacer del dolor mi enemigo, sino mi aliado, y conservar la entereza para recibirlo cada vez, pues sólo a través de él saldría triunfante de esta batalla. El miércoles por la mañana le llame a las parteras para avisarles que ya estaba en plena labor de parto. Conforme amanecía, mi valentía comenzaba a necesitar soportes y cuando llegaron, su presencia cálida definitivamente me dio la contención que necesitaba.

Esa mañana con su sola presencia me dieron fuerza y confianza. Me mostraron lo que es acompañar sin interferir, se acercaban a mi cuerpo con amor y respeto para revisarlo, estaban a mi lado para masajear mi cadera cuando el compas de las contracciones lo requería, y cuando no, se distanciaban para dejarme descansar y permitirme ir entrando en el lugar profundo desde donde podía ir viviendo mi experiencia sin miedos. Me alentaban a recibir el dolor sin resistirme a él, a comprender su labor en el proceso de apertura y a observar mi mente para no caer en actitudes negativas que me hicieran pelearme con las sensaciones en vez de permitirles el paso. Como a medio día me revisaron y tenía 3 de dilatación, lo cual indicaba que estaba en la primera fase de labor de parto, por lo que me recomendaban mantenerme lo mas activa posible, incluso nos sugerían ir a dar una vuelta al parque, pero sinceramente yo ya no tenía las fuerzas para salir. Me imaginaba recibiendo la contracción y teniendo que abrazar a un árbol, rindiéndome a sus pies y, aunque la imagen me parecía poética, prefería mantenerme en la comodidad de mi hogar para sobrellevar mi dolor en privado.

Casi no había comido nada en todo el día, toda mi atención y la energía de mi cuerpo enfocadas en la preparación para el alumbramiento. Y aunque sabía que tenía que alimentarme para tener fuerzas, apenas me pude terminar una sopita caliente. Las contracciones eran cada vez más seguidas e interrumpían cualquier otra actividad, fuera comer, caminar o reposar. Las parteras sugirieron que me diera un baño de agua caliente para relajarme, pero estando en la regadera y a pesar del efecto calmante del agua, el dolor actuaba como una poderosa fuerza gravitacional que me doblaba y me llevaba al piso. Ya sentía las rodillas destrozadas pero no había otra postura que me diera tanto alivio como esa, y estar hincada en el piso del baño no era de lo más cómodo, así que Jacobo me ayudo a salir. Recuerdo que en ese momento lloré, sorprendida y asustada por la fuerza avasalladora de la naturaleza que empuja por salir de la obscuridad.

Me sentía agotada, me parecía que después de cada contracción iba a quedar ya rendida, pero junto con el dolor de la que seguía me venía otra oleada de fuerza para atravesarla. “Está cabrón”, pensaba. Me imaginaba estando en un hospital, pidiendo a gritos una anestesia y luego una sensación de adormecimiento que me haría atestiguar semejante acontecimiento sin ninguna sensación, ajena a la experiencia, mirando el evento como desde fuera, y entonces recordaba por que no elegí esa opción. Quería sentirlo y aquí estaba, presente, con la Madre Naturaleza en una de sus facetas más estremecedoras, poderosa, desgarradora, como en un terremoto, como en la erupción de un volcán, cimbrando desde el fondo, haciendo temblar toda estabilidad, quebrando lo ya formado para darle una nueva forma.

Mi atención estaba ya más adentro que afuera. Observando el dolor en todas sus manifestaciones, a veces toreándolo, intentando esquivarlo, otras dejándome tocar por el rayo que me electrificaba, por la ola que me revolcaba. Lo único que podía hacer para acompañar esa fuerza que me partía en dos era vocalizar, darle sonido, vibración que igualara su intensidad. Y entonces buscaba llevar los graves de mi voz hacia abajo, hacia la tierra, conectando con mi naturaleza salvaje, hasta que mis entonaciones se convirtieron en alaridos y gritaba como si la potencia de mi voz pudiera ayudarme a empujar al bebe hacia la luz.

En esos momentos ya tenía 9 de dilatación y las parteras sugirieron que intentáramos otras posturas para facilitar la bajada del bebé. Yo me había instalado en una esquina de la cama, hincada, recargándome en un enorme cojín y estaba dispuesta a parir ahí para no moverme más, pero al parecer podía encontrar una mejor opción. Primero me acosté de ladito con la pierna de arriba doblada pero el dolor se triplicaba y me rehusé a permanecer ahí. Entonces nos pusimos de pie, puse mis brazos alrededor del cuello de Jacobo y me colgué de él, pero ese abrazo en el que le soltaba todo mi peso resultaba incómodo para ambos, tal vez más para Jacobo porque le enterraba uñas y dientes en cada contracción, y aunque con toda solidaridad nunca se quejó, no me parecía justo repartir así el dolor. Así que, guiados por las parteras, terminamos sentados al borde de la cama, yo en las piernas de Jacobo que ya temblaban de tanto soporte. Empujaba sus rodillas con mis manos y él tenía que rodearme con sus brazos para contener la sacudida de mi cuerpo que parecía convulsionarse.

Las ganas de pujar eran incontenibles y yo empujaba con una inmensa fuerza pues sentía una gran presión en la entrada de la vagina, una sensación como de atoramiento hacía que me esforzara tanto que las parteras me decían: “despacio Mónica, despacio”, pero la necesidad de superar la transición era tan urgente que apenas podía hacerles caso. El ímpetu de guerrera se había apoderado de mí y no podía desistir ni resistir la poderosa avalancha que se había desatado dentro de mí. Insiste, resiste y empuja. Ofrendándole todo mi esfuerzo y toda mi intención a esta iniciación, estaba cerca de lograrlo, cerca del triunfo y de la recompensa. Y de pronto sentí la explosión de la fuente que brotó como una cascada, las aguas anunciando la llegada de la vida. Luego un ardor, como si la cabeza de Siddharta coronando traspasara un aro de fuego. Pensaba en los elementos que conforman la vida, el Agua que la inicia, el Fuego que la ilumina, el Aire que en esos momentos le daba la bienvenida a este otro plano de la realidad, otorgándole el aliento para transitarla, y la Tierra que nos regaló esta semilla y que pronto la vería nacer para florecer.

Estando así me pusieron un espejo y pude ver la cabeza de Siddharta que ya comenzaba a abrirse paso. Después de pasar por aquel oscuro y estrecho túnel, como si le hubieran untado mantequilla, en las siguientes contracciones salió disparado, llegando a este mundo. Largo, moradito, ensangrentado y tranquilo, sin gritos y sin llantos. Las parteras lo recibieron, lo limpiaron e inmediatamente me lo dieron en brazos. Qué hermoso ser acababa de llegar de las estrellas, haciendo realidad un sueño a nuestras vidas. Qué maravillosa su sabiduría instintiva y su impulso vital al buscar el pecho y succionarlo, abriendo apenas sus ojitos y regalándome esa primera mirada soñadora, en ese instante único en que el cordón umbilical nos seguía uniendo, conectando el afuera de nuestro encuentro y el adentro donde todavía se encontraba la placenta.

La siguiente contracción rompió el idilio en el que me encontraba mirando y sintiendo a mi bebe. “¿¡Qué?! ¿¡Otra más!?” Pensaba que ya la había librado pero me enteré que ahora faltaba expulsar la placenta. En ese momento casi quería mentar madres, como si me hubieran despertado del más hermoso sueño, pero mejor me contuve cuando las parteras comenzaron a hablar con semejante devoción de la placenta, diciendo que era un órgano importantísimo que había nutrido y protegido a mi bebe durante toda su gestación, casi su hermano gemelo al haber crecido juntos durante nueve meses. Y después de un par de contracciones más por fin salió.

Una masa impresionante, como un gran coagulo de sangre lleno de terminaciones nerviosas. Cuando dejó de latir y de bombear sangre, Jacobo cortó el cordón que la unía a Siddharta y por fin tuvo a su hijo entre sus brazos mientras le hacían el amarre del ombligo. Después de tanta espera, de tanto esfuerzo y de cubrir su cuota de dolor al sostenerme y aguantarme, él también había parido. Y a pesar del cansancio se veía renovado, su gesto me transmitía un orgullo tranquilo de quien siempre supo que todo saldría bien. Estaba cautivado y miraba con ternura a Siddharta, con el brillo de la inspiración que brinda una nueva vida.

Luego vinieron los honores a la placenta. Conocerla y reconocerla me hacía sentir sumamente agradecida con mi cuerpo por la increíble proeza que implica crear un nuevo ser. Las parteras decían que se veía brillante y sanísima, lo cual era un reflejo de nuestro estado de salud. Nos platicaban que hay diversos rituales para honrar a este otro ser, se puede sembrar, cocinar o secar con hierbas para después ingerir como suplemento alimenticio. Ante nuestro asombro e indecisión de cómo reconocer su labor y aprovechar sus propiedades la congelamos mientras lo definimos, pero antes me ofrecieron prepararme una bebida energética aprovechando la frescura de sus nutrientes, así que cortaron y lavaron un pedazo y lo licuaron con un trozo de pera. Tenía una consistencia espesa y un sabor indefinido. Era como darle a mi cuerpo una probadita de su propio chocolate, cerrando un círculo, reintegrando lo que se había formado para nutrir al bebe que ahora me nutría a mí. De hecho después de tomarla me sentía renovada y fresca, ni parecía que acababa de parir, estaba radiante, lista para asumirme Madre.

Y así se inicia esta historia. La aventura apenas comienza. Nos dirigimos hacia el gran océano de la vida. Vamos navegando por el caudaloso río de la leche cuya fuente inagotable nutre nuestros días y noches. Me siento inmensamente agradecida con la Vida por todo el aprendizaje en el camino de la gestación y del alumbramiento, por las enseñanzas dentro del proceso, del cambio y de la renovación, en el presente y en el porvenir. Agradecida con la Madre Naturaleza por realizar en mi todo su potencial y concederme la semilla para acceder al milagro de la vida. Agradecida con Jacobo por darme toda la confianza, toda la certeza y todo el amor que alimenta esta nueva etapa. E inmensamente agradecida con Siddharta por elegirnos, por enseñarnos y por mostrarnos el camino. Porque a su lado todo vale la pena y todo tiene sentido. Por ser nuestra inmensa luz y nuestro pequeño Maestro."

Relato por parte de la protagonista de su parto: Mónica Huerta Quijano, COmadre.

Comentarios

  1. Guauuu, muchas gracias Mónica, excelente relato, eso de describir el aro de fuego, la cabeza de Siddartha atravezándolo... Pues muchas felicidades bienvenido ese guerrerote ser! En hora buena!!

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  2. Oriana Sánchez-Iriarte22 de noviembre de 2011, 9:38

    Hermoso relato Mónica, gracias por compartirlo. Un abrazo.

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  3. Divino relato, con lágrimas en los ojos me hiciste recordar la emoción de parir. Gracias

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  4. Inspiradora la historia de Mónica, muchas gracias!!!

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  5. Muchas gracias por compartirte Mónica. Qué bello, qué maravilloso nacimiento, tanto dolor y placer, tanto abrirse al mundo y pasar la vida.

    Gracias!

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