Historia de una Mujer de carboncillo



Por Perla A. Cigarroa Vázquez

Marzo, 2014


Describir la historia de las cosas que hacemos debiera ser un acto simbólico obligado para activar la reflexión sobre nuestras motivaciones. Escribo para compartir y describir la historia de esta mujer del Congo: ella existe no sólo en la vida real, sino en mi imaginario personal, pues representa a mi amada
raíz afro, una de tantas que nutre y conforma el cómo me vivo.


La conocí surfeando en el periódico

(http://www.jornada.unam.mx/2012/08/31/economia), su mirada triste me tapizó los intestinos, me atravesó la corteza visual, el sistema límbico y los receptores dopaminérgicos. El acto que ella estaba ejecutando hizo gritar y danzar a mis conductos galactóforos. Esta imagen tuvo un efecto de ambivalencia en mi sistema endocrino, pero también produjo un efecto estimulante y cardiotónico en la esperanza que tantas veces me resulta volátil, pero cíclica.


Proceso en el Helénico y etcéteras

En esa época yo estaba realizando uno de tantos sueños, adiestrar mis ojos y mis manos en conjunto para armonizar trazos que bullían dentro de mí desde siempre, para lograr parirlos con placer y sin presión por la perfección.

Dentro de ese programa académico al que acudía para tales fines, la “shamana” que nos guiaba durante las clases de dibujo, nos avisó que fuéramos pensando en alguna propuesta para la exposición colectiva que se realizaría al final del ciclo. Desde ese momento sentí el impulso corporal de embarazarme del tema de la negritud presente en mi torrente sanguíneo.

Comencé a ver, mucho observar y mirar obra de artistas que abordaran temas sobre afrodescendencia. Como tarea, teníamos que ir armando una carpeta con cada imagen que iba inspirándonos para el parto de nuestra idea. Definitivamente cuando ya había recopilado varias imágenes, esta mujer del Congo reenamoró a mi mano izquierda. Comencé el proceso para trazarla y como buena zurda (y no diestra zurda en el dibujo), fallaba una y otra vez.

La rutina que seguí durante casi el mes en que la fui gestando fue la siguiente: Buscar música que me remitiera a esos sentimientos de fuerza y sensación de latido muy cardíaco e hipnótico que la vena afro me aporta; iba escuchando música y agregándola a una playlist para conectarme con lo que quería dibujar (http://www.youtube.com/playlist?list=PLocZFUK-9syNEfKWBGJx2MkuINrfx0sKa).

Mientras eso iba ocurriendo, a la par también bailaba, calentaba mi mano haciendo ejercicios de contorno ciego y línea limpia con lápiz y carboncillo, como la “shamana” del dibujo me enseñaba.

Probé carboncillo más natural y otro más procesado, aveces usaba uno y aveces, otro. Esto era más por la sensación sobre el papel, ya que la “shamana” siempre me decía parafraseando: “es como acariciar el papel con el carboncillo, sin frotar”. Aprendizaje que recordaba cada vez que tenía “mi sesión” para dibujar a esta mujer, y fue muy curioso porque yo me había acostumbrado a la experiencia de “colorear” en vez de acariciar (desde que lo mal aprendí en el kínder), y no tuve guía para ubicar tal diferencia desde ese momento.

Cabe señalar que el proceso de este dibujo fue más bien en forma de círculo espiralado, pues soy un poco distraída así que iba, venía, avanzaba y después me detenía, regresaba y así hasta llegar al acto creativo de parirlo.

Tuve algunas revisiones y correcciones, finalmente el resultado fue éste; si bien mi técnica no es perfecta, creo que algo se logró, una lectura distinta de la fotografía original, reinterpreté la imagen colocando algo mío en ella, una huella distinta en la mirada, una espiral nueva en el pezón.


Una Esperanza más sentida

La exposición colectiva se realizó. A la negrita le tocó un lugar muy escondido, casi nadie la miró, y es literal … casi nadie. Entre óleos, esculturas, dibujos, ella no destacó ni por su tema, ni por su técnica.

Regresó a “casa” sostenida siempre por mí, para ser colocada sobre la pared del comedor, pero luego de un par de semanas fue censurada por la dueña de la casa,quien decía que era un cuadro subversivo, pues aquella glándula mamaria al descubierto con aquel pezón espiralado algo removió.

La imagen daba mucho de qué hablar a prejuicios culturales gritones que se transpiraban, pero también a tantos dolores enquistados. Así que como esa casa no es “mi casa”, respetuosamente y en silencio guardé a esta mujer en el armario, con la esperanza de que algún día encontraría su lugar idóneo para mostrarse al viento y a las miradas.

Mi deseo era que esta imagen pudiera contribuir en emanar algo más allá de la pobreza y el hambre (como su original), más allá del prejuicio corporal (como en “la casa”), que transmitiera un algo más bello y pacificador, como lo es el acto de alimentar con un manantial de oro inmunológico y hormonal, que vincula para conectar con la vida y la capacidad de amar, de tal manera que con todo ello fuera posible homenajear a esta gran mujer del Congo y a sus hijos.
De izquierda a derecha: 
COmadre Verónica Cortés, Perla A. Cigarroa Vázquez sosteniendo la "Mujer de carbocillo" y COmadre Lila Guerrero.
Marzo 2014

La causalidad esperada llegó, por medio de una amiga (Diana) conocí a Lila, y Cureoseando (léase chismoseando) en Facebook vi que tendrían un evento sobre lactancia materna. Sé que hay muchos eventos al respecto, pero en esta ocasión   pensé que era el momento de ofrendar esta conguense a un mundo donde podría tener una buena vida. Así que me di a la tarea de comunicarles mi ofrenda, la cual transporté envuelta en un retazo de popelina anaranjada viajando por el metro de la Ciudad hasta llegara entregarla a las Co-madres.

Y así, aquí empieza de nuevo la historia de una mujer de carboncillo que antes tuvo varios nombres pero que en ese momento fue bautizada como Yemayá.

Gracias COmadres, Verónica Cortés y Lila Guerrero.

Gracias a la vida por Ar Tea Medik

Acerca de mi trabajo como médica “under" egresada de la UNAM

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